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Bienvenidos al Mundo de la Esperanza
Por muy lejos que veas la solución, quizas este a la vuelta de la esquina, asi que nunca te rindas...

"Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza."

Alfred Tennyson
(1809-1892) Poeta inglés

jueves, 6 de enero de 2011

La magia de la navidad

- ¿Esta noche vendrán los reyes?
- No sé cariño, ya sabes que mamá no ha tenido dinero suficiente para enviarles la carta...
- Pero ellos son mágicos, seguro que saben que es lo que hemos pedido, ¿verdad?
- Claro, pero ten en cuenta que son muchos niños y padres... quizás no hayan podido.
- No te preocupes mamá, ¡que seguro que consiguen venir y darnos nuestros regalos!
- Bueno, vete a dormir ya anda, que tienes que descansar.

Todos los años, la familia de Carlos pasaba unas navidades muy difíciles. Con el padre en paro y su madre con un sueldo muy pequeño, conseguían a duras penas tener agua caliente, y el día de reyes era mucho más duro, ya que tenían que ver cada año como su esperanzado Carlos miraba con ojos de desilusión los calcetines o chalecos que podían permitirse como único regalo.
Pero él no desistía en pensar que este año sabrían lo que habían pedido, porque los reyes lo sabían todo, y algún día podrían por fin dejarles los regalos que todos ellos tanto deseaban.

Por otra parte, a la familia de Patricia nunca le faltaban regalos el día seis de enero. Ella se despertaba y bajaba corriendo las escaleras de su casa, para ir hasta el salón y descubrirlo repleto de regalos, en la mesa, la repisa, las estanterías, el sofá, el mueble de la televisión... Lo único que les faltaba era espacio para ponerlos.
Patricia siempre se sentía muy feliz la mañana de reyes, y cogió todos los juguetes que pudo y se los llevó al parque para disfrutarlos, acompañada de sus padres.


Carlos, al levantarse, fue a la habitación de sus padres, para despertarlos y que lo acompañaran para ver que les habían dejado sus queridos reyes magos.
Al llegar al salón vio encima de la mesa un precioso abrigo, un poco gastado, pero en muy buenas condiciones, y un pequeño juego de mesa que parecía hecho a mano. Para su padre había unos calcetines con aspecto de ser muy calentitos y para su madre un chaleco de cuello alto, para los fríos días de invierno.
No eran los juguetes que él había pedido, ni la lavadora, ni el microondas que sabía que su madre quería, o el ajedrez que tanto ansiaba su padre. Pero era algo, y entusiasmado, les dijo a sus padres que fueran al parque, a estrenar sus nuevas prendas y jugar al juego en algún banco.


Patricia jugaba en un rincón del parque con un avión teledirigido, mientras sus muñecas la observaban junto a sus padres, desde un banco cercano. De vez en cuando dejaba el avión e iba al banco para jugar con sus padres a las muñecas, o cogía su bicicleta nueva y daba una vuelta rodeando el parque.
Y en una de estas vueltas vio, en otro banco, a Carlos y sus padres, que se entretenían con el pequeño juego, que tenían apoyado en sus rodillas. Se acercó un poco más y escuchó sus risas mientras el padre tenía que superar una prueba que le había tocado. Se quedó allí mucho rato, viendo las diferentes pruebas y preguntas, cada vez acercándose más sin darse cuenta, hasta que la madre la vio, y la invitó a jugar con ellos.
Pasó un rato muy agradable, riéndose y divirtiéndose como nunca lo había hecho, y de pronto llegaron sus padres, acalorados y asustados de tanto buscarla, pues la habían perdido de vista.
Los padres de Carlos se disculparon muchas veces, al igual que Patricia, y con una pequeña sonrisa triste, la niña se marchó con sus padres hasta su banco en el parque.
Carlos, apenado tras haber perdido su compañía, dejó a sus padres y fue a un columpio a balancearse un poco, y, para su sorpresa, Patricia ocupó el columpio de al lado.

- Me llamo Patricia, no he llegado a presentarme, lo siento.
- Oh, ¡No te preocupes! Yo me llamo Carlos
- ¿Cuál es el juego al que estabais jugando? Nunca había oído hablar de el
- Eso es porque los reyes lo han inventado especialmente para mí, me lo ha dicho mi madre
- ¡Vaya, qué suerte! ¿Que más te han traído los reyes?
- Pues… este abrigo, ¡calienta mucho!
- ¿Y nada más?
- No... mi madre nunca tiene dinero suficiente para enviarles la carta y tienen que apañárselas sin saber qué es lo queremos, así que nos suelen dejar prendas de ropa. Aunque el juego de este año ha sido toda una sorpresa.
- Es una pena... a mí los reyes siempre me traen muchísimas cosas... ¡de hecho al final la mitad ni siquiera me da tiempo a usarlas en todo el año!
- ¡Tienes mucha suerte! Eso es porque les llegó bien tu carta y pudieron traerte todo lo que querías, ojalá yo pudiera hacer lo mismo y hacerles llegar mi carta...
- Hagamos una cosa, el año que viene, me das tu carta para que se la dé a mis padres, y que ellos la envíen, ¡así seguro que les llega y pueden traerte todos los regalos que quieres!
- ¡Muchas gracias Patricia! Entonces no podemos dejar de ser amigos ni dejar de vernos, ¿de acuerdo?
- ¡Por supuesto que no!

Y así, durante un año entero, Patricia y Carlos jugaron cada día en el parque, con el juego de Carlos, con la pelota o la bicicleta de Patricia, en los columpios, con otros niños... y se hicieron muy amigos.
A los padres de Patricia, esta amistad no terminaba de convencerles, ya que no les gustaban demasiado las ropas de Carlos, o su aspecto algo harapiento a veces... pero veían a su hija tan feliz que no podían negarse a que se vieran.
Y al final, otro año más llegó la noche de reyes, y Patricia, que semanas atrás les había dado la carta de Carlos a sus padres, se acostó contenta porque por fin Carlos tendría los regalos que tanto se merecía.
A la mañana siguiente fue otra vez al parque, acompañada de sus nuevos juguetes, y esperando ver a Carlos con los suyos. Pero Carlos fue con un chándal que parecía de segunda mano y una mirada triste en su rostro.

- ¿No pudiste darle la carta a tus padres?
- ¡Claro que se la di! ¿No te han traído tus regalos?
- No... Solo me han dado este chándal, aunque se lo agradezco mucho, porque necesitaba uno para el colegio, ya que el antiguo estaba bastante roto y me quedaba pequeño.
- Pues no se que habrá pasado... iré a preguntarle a mis padres.


- Papá, mamá, ¿No enviasteis la carta de Carlos a los reyes?
- Hija, nosotros no podemos encargarnos de que a otro niño le traigan sus regalos... eso es cosa de cada familia, deberías saberlo...
- Pero la mamá de Carlos no tiene dinero suficiente para enviarla, ¡podríais haberlo hecho vosotros! ¡Carlos ahora se ha quedado otro año sin regalos!
- Bueno cariño, quizás tenga suerte el año que viene y al fin su madre pueda enviarla...
- ¡Pues yo no voy a dejar que se quede sin nada!

Y de esta forma, Patricia se despidió apresuradamente de Carlos, diciéndole que enseguida volvería, y salió corriendo hacia su casa, con sus padres, muy sorprendidos, detrás de ella.
Al llegar, fue metiendo en bolsas muchos de sus regalos nuevos, todos los que pudo, y, con la ayuda de sus padres, se los llevó todos al parque otra vez.
Al llegar fue directamente hacia Carlos y sus padres, y les fue dando todos y cada uno de los regalos que traía en las bolsas, sin estrenar
Los padres de Patricia, anonadados, no podían creer lo que su hija estaba haciendo. Ellos pensaban que se había llevado todos los regalos porque quería estrenarlos todos en el mismo día.

- Carlos, como fueron mis padres los que enviaron la carta, los reyes se equivocaron y dejaron todos tus regalos en mi casa, pero aquí te los traigo, ¡así que disfrútalos!
- ¿Lo dices en serio? ¡Muchísimas gracias Patricia!

Carlos lloraba de alegría, nunca en su vida había visto tantos juguetes juntos, coches, muñecos, puzles, juegos de mesa... había de todo, incluso mucho más de lo que había pedido.
- Mira papá, ¡También está el ajedrez que tanto querías! ¡Toma, para ti!
Pero sus padres no sabían que decir.

- Patricia... ¿estás segura de que estos juguetes son de Carlos? Yo creo que los reyes no se equivocarían de casa... será mejor que te los lleves de vuelta, no querrás deshacerte de ellos. - Le comentó la madre de Carlos, muy confusa.
- ¡No! ¡Si son de Carlos! Yo ya tengo demasiados, seguro que estos son para él, ¡y los disfrutará mucho más que yo!
- Pero, ¿tus padres están de acuerdo?
- ¡Pues claro! ¿Verdad que si, mamá?
- Eh... esto... hija, verás... nosotros...
- Mamá, no seas tonta, ¡todos estos regalos no pueden ser solo míos! ¿Verdad que tienen que ser de Carlos?
- Bueno, sí, claro, porque no...
- ¿Veis? Son todos de Carlos - Dijo a los padres de éste, muy ilusionada y sonriendo.
- Muchísimas gracias Patricia, de verdad... gracias a los tres.

Los padres de Patricia, avergonzados por su actitud, y orgullosos de su hija por la suya, invitaron a comer a los padres de Carlos, y a Carlos. Y pasaron uno de los mejores días que habían tenido hasta entonces.
Patricia y Carlos no dejaron de jugar en toda la tarde, aunque, ante la sorpresa de sus padres, al juego que mas jugaron fue a aquel que un año antes habían traído los reyes a Carlos, ya que era su favorito, y así seguiría siéndolo durante muchos años más.
Porque la magia está en los pequeños detalles.


1 comentario:

  1. ¡Ay, si fuéramos siempre como esos niños!
    ¡Ay, si el egoísmo no se hiciera dueño de nuestros actos!
    Me has emocionado con el cuento *-*
    ¡Un besito!

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